Nadie sabe exactamente cuál es el impacto neurológico del EMDR en el cerebro. Sin embargo, sí sabemos que cuando una persona está muy angustiada, su cerebro no puede procesar la información como lo haría normalmente.
Nuestro cuerpo tiene mecanismos que tienden a la recuperación para hacer frente a los acontecimientos negativos o difíciles y poder seguir adelante, principalmente a través de los sueños o hablando con nuestros allegados. Sin embargo, algunos hechos son abrumadores, demasiado fuertes para nosotros.
Cuando se producen, ya sea porque fueron muy graves o porque éramos jóvenes, débiles o no estábamos preparados, se crea una brecha entre la fuerza del evento y nuestra capacidad para hacerle frente. Lo que pasa es que el cerebro no puede procesar en tiempo real. Una vez que se almacena la información no procesada, ésta se mantiene separada de nuestra red de memoria adaptativa. Es decir, no importa lo que sucede a continuación, se mantendrá en el cerebro como una imagen “congelada” y cuando alguno de nuestros sentidos se activa y recuerda esa experiencia traumática, se siente tan mal como si estuviera experimentándola por primera vez. Por ejemplo, cuando oímos, olemos, degustamos o tocamos algo que nos recuerda al evento traumático, ó nos relacionamos con alguien que activa nuestro sistema de alerta….
Esto sucede porque las imágenes, los sonidos, los olores y los sentimientos no han cambiado con el tiempo. Estos recuerdos tienen un efecto profundamente negativo que interfiere en la manera que una persona percibe al mundo y en la forma en que se relaciona con otros.
El EMDR parece tener un efecto directo en la manera en que el cerebro procesa la información. Una vez que se realiza el procesamiento de forma correcta, la persona ya no revive las imágenes, los sonidos y los sentimientos del evento perturbador y el procesamiento de la información se reanuda. El suceso se recuerda sin sentir la perturbación.